Hace unos días se convocó un concurso de cuento corto cuyo tema era “música y ficción”. Decidí participar. Rescaté un viejo poema y lo mezclé con algunas inquietudes existenciales y con los recuerdos de aquella clase de Historia de la Música cuyo profesor, aparte de los temas del currículo normal, salía con temas metafísicos, muy extraños, como si fuera la cosa más natural del mundo.
A mí me parecía que aquel profesor estaba medio loco, pero me encantaba mucho su visión de la música. Para eso son los mitos: para que fantaseemos, para que nos digamos mentiras, para que contemos las cosas desde mucho más allá que la sosa y rígida razón.
Quisiera presentaros este pequeño relato musical. No sé si califique como cuento, no sé si sea literatura -evidentemente no ganó el concurso-. A pesar de todo os lo comparto, gracias a este espacio de HagalaU con el que siempre contamos.
Por: Juan Esteban López // Especial para HagalaU.
Él trabajaba duro. Intentaba dar forma a la cadencia final del tercer movimiento. Era su primera sinfonía. Pero esa mañana estaba bloqueado, la música no fluía, así que decidió descansar un poco de la composición. Se fue a pasear al Parque Ecológico en las afueras de la ciudad. Recorrió el camino que tanto conocía, el ascenso hacia la Laguna de Guarne. Siempre le fascinó ver los vestigios de construcciones prehispánicas en piedra que aún se conservaban por allí. Al llegar a la zona de la Laguna subió al mirador, un pequeño cerro, especie de balcón natural ubicado justo al borde del escarpe hacia el Valle de Aburrá. Desde allí tenía una vista espléndida de la ciudad de Medellín. Mientras observaba el paisaje y tomaba fotos de la urbe y de la naturaleza notó que llegó un pájaro, un pechirrojo. Sigilosamente intentó aproximarse al árbol donde se posaba el pechirrojo para tomarle una instantánea. Pero dió un paso en falso, e inesperadamente estaba rodando por un barranco, lacerándose las manos al intentar aferrarse a algún helecho o a las ramas de los pequeños arbustos de aquel monte.
Cuando volvió en sí estaba en una zanja al fondo del barranco, un poco aturdido y magullado. Se levantó, estiró sus extremidades; a pesar de la caída podía moverse. Empezó a subir la pendiente con paso lento. Percibió que, extrañamente, había más vegetación: el rastrojo era más cerrado de lo que lo recordaba, los árboles eran más grandes, en el suelo los musgos y líquenes eran más abundantes. Sintió más humedad en el ambiente. También notó algo inusitado en sus sensaciones auditivas. No podía oír ese fondo característico del zumbido urbano. A excepción del canto de muchísimas aves y del sonido de insectos que antes no creyó percibir, estaba en medio de lo que definiría como un “silencio”: una ausencia de ruido que jamás había conocido. Siguió subiendo por el barranco, y al llegar al mirador y observar de nuevo hacia el Valle, quedó estupefacto. La ciudad no estaba. No habían calles, ni edificios, ni gente. Sólo pudo ver la inmensidad de un Valle virgen, con el Río Aburrá serpenteando en medio de los humedales que lo rodeaban, y de las selvas, que llegaban hasta sus orillas.
Le recomendamos: La noche que conocí una banda legendaria del rock de Medellín
Aunque no salía de su asombro caminó de regreso hacia la Laguna. El espejo de agua era mucho más grande que antes. En una orilla vió a una anciana sentada en una piedra, parecía esperarlo. Él se acercó, quería hablarle, preguntarle por toda aquella situación insospechada. - Soy Dobaiba- le dijo la anciana. -Vine acá por tí, para que sepas de mí lo que tu ser anhele. Puedes preguntar lo que quieras-. Su voz era pausada, sosegada, rebosante de sabiduría. Él recordó aquel nombre: se trataba de la diosa de la lluvia. Estuvo reflexionando un rato. Ya no le preocupaban tanto los acontecimientos tan extraños que le acababan de ocurrir, más bien se estaba adaptando a la vivencia presente, a las palabras de Dobaiba. ¿Era posible aprovechar este trance para averiguar por los orígenes de sus antepasados, para desvelar lo que la arqueología no podía acerca del pasado de estos territorios? No todos los días se tiene la oportunidad de hablar con una diosa. ¿Qué preguntar?
... "Las ondas y los silencios del Gran Armónico Blanco se esparcieron por todas las direcciones. Y así fue que nació el mundo".
Decidió indagar sobre la música. A pesar de todo, seguía abstraído en la sinfonía que estaba componiendo. Tal vez así encontraría la inspiración que le faltaba. A lo mejor la diosa le revelaba alguna melodía mágica. Pero también tenía muchas inquietudes respecto a la música en general. Quizás la diosa le podría contar cómo los antiguos habían descubierto la posibilidad de encerrar el aire en una caña para producir una melodía. O cómo eran los cantos de los primeros chamanes. O si era cierto que los griegos conocieron la música de las esferas. Igualmente surgían otras preguntas, más acordes a su mentalidad moderna. ¿Qué efecto producía escuchar un órgano gigante en una catedral medieval? ¿Inspiró Dios la música de Bach? ¿Qué sintió Mozart al tararear las primeras ocho notas de su Lacrimosa, para acto seguido expirar? ¿Cómo sonaban las cumbias o los bambucos primigenios? Incluso se atrevía a venir más acá en el tiempo. ¿Ocurrió en verdad aquel pacto entre Robert Johnson y el diablo? ¿Cómo se inspiraba Jimi Hendrix para semejante interpretación de la guitarra? ¿Por qué tantas leyendas del rock morían a los 27 años? ¿Existirían en el futuro los instrumentos acústicos?
Finalmente resolvió que no podía hacer otra cosa que preguntar por lo que nunca jamás conocería en su propia época, con los medios y la información a su alcance. La diosa, que ya había adivinado lo que a él le inquietaba, empezó a relatar, con calma:
-En el principio de los tiempos nada existía. Sólo estaba el Gran Armónico Blanco. Este era un lugar que contenía todos los sonidos, todas las vibraciones, pero también todos los silencios que habían. Los dioses, mis madres y mis padres, habitaban allí. Hasta que un día quisieron que el mundo fuera... Entonces empezaron a cantar. Algunos padres y madres cantaron bellas melodías, pero otros se les opusieron con sus disonancias. A causa de todas esas armonías y desarmonías de los cantos de los dioses, ocurrió una gran explosión. Entonces las ondas y los silencios del Gran Armónico Blanco se esparcieron por todas las direcciones. Y así fue que nació el mundo. Al principio los sonidos no eran como los conocemos ahora, más bien estaban crudos, es decir, estaban en las rocas, en las montañas, en los vientos, en el oro, en todos los elementos. Luego, empezaron a brotar de la piedra las aguas, y entonces las ondas viajaban con los manantiales, las quebradas y los ríos que corrían moldeando las montañas, las llanuras y los valles, como estos que ves alrededor. Después de esto se fueron formando poco a poco los suelos, y así fueron naciendo las plantas y los animales. En ellos también estaban los sonidos y los silencios. Finalmente, después de muchos años, aparecieron las personas. Como lo dice su nombre: para sonar. Y los hombres y mujeres, a su vez, cantaron. Eso fue lo primero que hicieron los humanos: cantar. Y pasado un tiempo aprendieron también a percutir, y entonces construyeron tambores, sonajeros y maracas. Y después descubrieron que desde su cuerpo, desde su boca, se podía impulsar el viento, así que soplaron, y fabricaron flautas y caracolas. Desde ese momento, que ocurrió hace mucho, existe lo que tú llamas “música”, que no es otra cosa que las ondas del mundo, provenientes del Gran Armónico Blanco-.
Dicho esto Dobaiba se levantó, se despidió, y se fue caminando por un sendero hacia el Este. Él se quedó un rato más mirando la Laguna. Luego se levantó y emprendió el camino de regreso, notando que ya el paisaje había vuelto a ser el que siempre conoció. Llegó a su casa al anochecer. Repasó las partituras, e hizo muchos cambios. No sólo trabajó esa noche, sino durante varios meses más. Hizo un esfuerzo muy grande. Pero a pesar de que sus melodías y armonías fueron ya más prístinas, menos pretenciosas e intelectuales, supo que jamás podría componer una música como aquella...
Si ama la poesía y el rock, lea: 13 canciones donde el rock es poesía
Fotos: Yojan Valencia