Esta es la historia de Juan Esteban López y su encuentro con una banda de la que siempre había oído hablar pero que nunca había visto en concierto. Un recital acústico en la sala fue el escenario
Por: Juan Esteban López // @neolunatismo
Era el cumpleaños de uno de mis mejores amigos. Su esposa, Sandra, me había llamado unos días antes, furtivamente: le quería celebrar una fiesta sorpresa. Así que ese viernes me dirigí al lugar acordado, la casa de su madre. Iba con el Monje, otro de mis entrañables camaradas. Eran unos minutos antes de las 7 de la noche.
Cuando llegamos habían otras personas, entre las que se encontraban algunos rockeros. Ya saben, la tradicional vestimenta negra. Una situación normal, teniendo en cuenta que mi amigo cumpleañero, a quién le decimos "Excelente", un comunicador y DJ legendario del rock de Medellín: lleva muchos años trabajando en renombrados medios especializados, sobretodo en el rock nacional. Pero no es "Excelente" la leyenda de la que habla el título de este escrito. A él lo conozco hace muchísimos años.
Después de las presentaciones formales nadie parecía entrar en confianza, así que salí a fumar un cigarrillo a la entrada. Al observar mejor hacia el interior de la casa noté que habían algunos amplificadores y estuches de guitarra, parecían por fuera ser guitarras acústicas. “Ah, así que Sandra invitó a algunos músicos, y van a tocar por el cumpleaños”, me dije. Supuse que algunos de los rockeros que estaban allí eran los que iban a tocar. “Una de las tantas bandas que el "Excelente" conoce” pensé, pero sin jamás imaginar la sorpresa tan fantástica que me iba a deparar el destino...
A los pocos minutos Sandra nos previno de que ya "Excelente" venía en camino. Todo el mundo se acomodó, se silenció la música y nos pusimos a esperar en la oscuridad a que apareciera el cumpleañero, para gritar al unísono: “¡sorpresaaa!”. Luego de los abrazos, las sonrisas y las felicitaciones, el Monje y yo nos acercamos al "Execelente" y le entregamos el regalo que le habíamos llevado. Este consistía de tres partes: un libro sobre la Historia del Punk, un disco compacto de Frankie ha muerto, y un cadáver exquisito que le habíamos escrito a seis manos la noche anterior. Cuando recibió el regalo, "Excelente" blandió algo en el aire y se lo mostró a unos de los rockeros del grupo que estaba allí. El hombre sonrió y le dijo: “mira qué sorpresa, ¡con lo escaso que está!”. Yo noté esto, aunque no pude observar bien qué era lo que había mostrado. Supuse que era el libro y me quedé meditando. Me parecía muy raro que alguien conociera ese libro de la Historia del Punk.
Pero cuando le comenté este suceso al Monje, este se encargó de sacarme de mi error: “¡No era el libro! Lo que le mostró era el CD de Frankie. ¡Es que ellos son Frankie ha muerto! ¿No sabías?”. Así que los hasta entonces anónimos rockeros para mí, eran una de las leyendas vivas del rock de esta ciudad, y los iba a ver tocar allí mismo, en un concierto íntimo.
"Uno es", canción del disco Extremo
Pues sí. Aunque parezca increíble en un rockero de Medellín, yo no conocía al grupo Frankie ha muerto. Por supuesto que había oído ese nombre, sabía de su existencia; lo contrario ya sería el colmo de la falta de cultura general rockera. En realidad el CD que le regalamos al "Excelente" lo conseguí porque sabía que a él sí le gustaba mucho Frankie. Quizá también había escuchado someramente alguno de sus temas, o algún fragmento; y muy posiblemente los ví en algún concierto o festival hace muchos años, pero la verdad no lo recuerdo especialmente.
De izquierda a derecha: Juan -guitarra-, Caliche -guitarra-, Alex -bajo-, Luna -teclados-, Fabio -voz- y Chalo -batería-
Pero hay una gran diferencia entre saber y conocer. ¿Cómo había podido ocurrir esto tan inadmisible, que no los conociera? Pues bien, les diré la verdad, una verdad que puede servir para la reflexión de muchos, y por supuesto para mí mismo.
Yo crecí escuchando en la radio aquella ola de heavy glam de finales de los ochenta: grupos como Guns N' Roses, Poison, Bon Jovi, Motley Crue, entre otros, fueron mi entrada al mundo del Rock. Luego, mi curiosidad me llevó a beber de las fuentes: los Rolling Stones, The Cream, Black Sabbath, Led Zeppelin, Jethro Tull, King Crimson, Rush, etc. En poco tiempo ya era todo un experto en Rock, sobretodo en los géneros más guitarrísticos, por así decirlo, y en la Vieja Guardia. Había investigado por mi cuenta en bibliotecas, había leído en revistas de la época, observaba los vídeos en pleno auge de MTV y de los programas en los canales locales; pero sobretodo había tenido la suerte de tener un vecino melómano, un viejo hippie, el cual poseía una gran colección de discos. Fueron muchas las ocasiones en que acudí a su casa con unos cuantos casetes vírgenes en las manos, en los cuales Gilberto me grabó la música de estas bandas históricas.
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Toda esta música me encantó: esos momentos de la adolescencia que se quedan marcados para siempre en el alma. Pero esto también trajo consigo su efecto negativo. Había escuchado demasiada música buena, y de una calidad que rozaba casi la perfección. Luego de esto, era muy difícil para mí apreciar debidamente otros géneros de menor calidad, o por lo menos de una propuesta musical distinta. En otras palabras, me había convertido en un rockero intransigente.
Siempre he sostenido que los radicales, aquellos que sólo escuchan un género con menosprecio de los demás, ¡lo único que en verdad logran es perderse de un montón de música buena! Ellos son los propios perjudicados. Y no sólo dentro de las fronteras del rock. Un verdadero melómano no puede ser intolerante; aquellos que saben disfrutar la música escuchan también salsa, jazz, tango, ópera, música hindú o lo que sea, sin dejar de ser rockeros.
Pero yo en aquella época era un radical, debo reconocerlo. Despreciaba totalmente el Rock que se hacía en nuestra ciudad, en nuestro país. Lo hacía porque me parecía que el rock era un producto inglés, y que alguien nacido en Colombia no tenía la idiosincracia para componerlo e interpretarlo bien. Aunque aclaro que también pensaba lo contrario, es decir, que un inglés jamás podría igualar a un colombiano tocando cumbia o chucu-chucu. Era una cuestión geográfica, sociológica.
Pero lo que más me ayudaba a construir este juicio eran mis propios oídos. La verdad, y para la época de que hablamos -finales de los 80, principios de los 90-, me parecía que la calidad del rock colombiano era paupérrima. No dejaba de reconocer y degustar alguna que otra banda, alguna que otra canción, pero eso era muy excepcional. El estado general del rock hecho acá no me atraía. Recuerdo que tuve interminables debates con "Excelente", quien por supuesto defendía a los rockeros de nuestra tierra. Incluso llegamos a realizar un par de veces, en uno de los bares del centro de la ciudad, audiciones donde enfrentábamos al rock nacional con el rock inglés o con el argentino.
Sin embargo con el pasar de los años, con las conversaciones y rumbas con otros melómanos, y en gran parte con mis estudios de música, aprendí a dejar de ser tan fundamentalista. Me abrí a escuchar otros géneros dentro del rock, como el new wave, el techno, el metal, las fusiones; y naturalmente escuché otros géneros diferentes del rock. También empecé a notar que la calidad del rock hecho en Colombia mejoraba paulatinamente. El resultado fue maravilloso. Como ya mencioné, la única consecuencia de ser radical es estar perdiéndose un montón de música deliciosa.
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Así estaban las cosas hasta esa noche del cumpleaños del "Excelente". Por mi antigua radicalidad nunca había escuchado detenidamente a Frankie ha muerto. Me había negado -inconscientemente- esa posibilidad de disfrute. Pero el mismo destino, y la celebración de la vida de mi amigo, habían confluído para que pudiera por fin conocer a esa banda legendaria del rock de Medellín. Y qué magnífica ocasión resultó ser.
Después de que repartieron la comida, la torta, y demás rituales, los muchachos de Frankie sacaron las guitarras de sus estuches, conectaron los instrumentos y demás equipos, y se dispusieron para ese pequeño recital privado. No eran los instrumentos acostumbrados de Frankie. Eran dos guitarras electroacústicas, el bajo, los teclados, la voz, y un cajón peruano reemplazando a la batería. Es decir, ese formato que algunos llaman “acústico”, y otros “desconectado”. Era algo que estaban ensayando para algunas presentaciones, y que es muy exigente para ellos, pues como dijo Primo: “así no se pueden cometer tantos errores, cuando tocas una guitarra eléctrica es más fácil disimular con la distorsión.”
Empezaron a tocar. A mí desde el principio me encantó. Era una música muy buena, y con una propuesta lírica muy seria, impactante y diciente. Un grupo de una calidad musical gigante. "Excelente" estaba como en éxtasis: aparte de estar muy feliz por su cumpleaños, se notaba que le gustaba mucho ese regalo, ese concierto. Cantaba todos los temas, al igual que Carlos Mario, el de Líbido, otro gran personaje mítico de la historia rockera de Medallo. Se percibía lo fanáticos que eran. No se trataba de que fueran amigos de la banda: más bien se comportaban como cualquier seguidor del montón, emocionados a más no poder de la oportunidad de semejante audición. Entretanto yo degustaba el placer de estar descubriendo cada canción. ¿Cómo me había perdido esta música tan maravillosa?
Saqué mi teléfono y empecé a grabar la presentación, mientras saboreaba cada acorde, cada riff, cada punteo de las guitarras, los teclados. Así fueron sonando canciones como Extraños en este país, Mortaja de Letras, Uno es, Ojo por ojo. De ñapa, tocaron un tema que incluso en esos días no había sido lanzado: No creer en todo. Yo, la verdad, me abandoné al disfrute, de la primera a la última canción. Pero también debo reconocer que adentro mío no podía evitar el “modo: escucha como crítico musical”. Es decir, esa forma de apreciar la música que, al contrario del total abandono del melómano, se realiza más desde la razón, desde el análisis intelectual y estético. Es algo que muchas veces no puedo evitar, debido a mis estudios musicales. Sin embargo esto no hizo más que confirmar lo que mi instinto más básico, más reptil, estaba escuchando: me encontraba ante una banda como pocas.
Y como lo bueno no dura, al fin terminó el pequeño concierto. Luego de una cariñosa ovación de parte de las aproximadamente 20 personas que estábamos ahí, era hora de que la banda concluyera, no podían quedarse más tiempo. No faltaron los bises: un par de canciones a petición del cumpleañero. Pero al fin los equipos fueron desconectados y los chicos de Frankie ha muerto siguieron su camino luego de tomar un par de copas finales con "Excelente".
Los que quedamos nos dirigimos a seguir la celebración en la propia casa de "Excelente". La fiesta continuó con su dosis de buena conversa, buenos amigos, unos traguitos y, por supuesto, más música extraordinaria. Yo aún no podía creer lo que me había deparado esta celebración. ¡Qué noche, qué reunión de sujetos míticos!
Pero, sobretodo, me causaba mucho placer que hubiera conocido a una leyenda viviente del Rock de mi ciudad: Frankie ha muerto. La vida me había enseñado algo: no volver a dejar pasar las oportunidades cuando se dan. Un concierto, un Festival, un toque en algún bar. Siempre será bueno asomarse, ir a escuchar la banda, darle la oportunidad. Nunca se sabe si estás ante una de las grandes bandas de la historia.