"A los médicos, a los profesores y estudiantes, a los músicos y artistas, en este y todos los tiempos".
Colaboración especial de Natalia Valencia Zuluaga, compositora y teclista del grupo Estados Alterados, quien participó en el proyecto "Memorias de la Pandemia". Este texto fue escrito el 10 de septiembre de 2020 e integra uno de los librillos del compilado de HagalaU.
A mí la pandemia me pilló transitando un momento de enorme belleza. Muchos cambios ocurriendo, y también muchas variantes emocionales y flancos que atender. Aunque suene paradójico, venía “blandita”. Y con los días, la pandemia empezó a nublarme con alertas viejas y aprendidas hace muchísimos años.
Las preocupaciones llegaron en ráfagas, divididas entre los médicos que se iban a morir trabajando por salvar vidas, entre ellos mis hermanos adorados, y los que se iban a morir de hambre por no poder trabajar.
En nuestra Colombia querida y triste, lamentablemente la pandemia es el menor de los males. Esta solo ha hecho emerger todo lo que desde siempre ha funcionado mal. La corrupción y su avaricia infinita, los líderes sociales asesinados, el ultraje que viven a diario los campesinos e indígenas, la naturaleza violentada, la desigualdad… ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, vivamos en un mundo que hace lanzamientos al espacio y con gobiernos que permitan muertes por hambre? ¿Por hambre? Todo en el mismo planeta, el único que tenemos.
La vigilia, las cavilaciones constantes, un flujo de pensamientos que iba demasiado rápido como para procesar con salubridad, me hicieron pasar por momentos faltos de energía y agobio que me da vergüenza admitir. Mucha ansiedad y culpa, una combinación compleja que cava sus propias grutas.
De la pandemia no me afectó el encierro. Estar encerrada es un poco el estado natural en el que vivimos muchos. Pero mi cuerpo sí reaccionó volviéndose pesado, decidido a tumbarse en la cama y cerrar los ojos para no ver ni pensar. En el día somnolencia, en la noche dormir sin dormir. Mi cerebro no paraba y regañaba a mi cuerpo a toda hora. Así, esta dinámica agotadora se fue acumulando con el paso de las semanas. Yo ni hice ejercicio, ni hice música, ni aprendí recetas de cocina y si leí o estudié, fue poco.
Foto: Fredy Sarria Martos
Lo que sí hice fue reafirmar que es poco con lo que puedo vivir. Y confirmar que solo es posible confinarse con algo de tranquilidad cuando las necesidades básicas se tienen cubiertas. La inmensa mayoría de la población no puede hacerlo. Y eso me hace una privilegiada. Esto lo llevo presente siempre.
Esta privilegiada ha tenido además, la dicha inmensa de haber estado todo este tiempo acompañada y protegida por el amor. Amar y ser amado es el sol más grande alrededor del cual podemos girar, es el comienzo y el fin de todo. Amar y ser amada es lo que me alienta y es sin duda, el mayor de mis tesoros.
Tal vez quienes lo hicieron no lo sepan pero cada invitación que recibí durante esta época fue una cuerda que me ayudó a salir del letargo y la angustia que me produjo toda la situación. Cuando me invitaron a tocar, cuando me invitaron a opinar, cuando me invitaron a hacer un programa, a hacer parte de un proyecto, a escribir aquí, me facilitaron el tránsito, me ayudaron a poner en marcha el pensamiento y ordenarlo. Qué va en dónde y qué se saca. Qué es fundamental, qué es prioridad, qué quiero construir y tratar de hacerlo posible.
En mi casa aprendí la solidaridad y la belleza contenida en ella.
Este es un buen momento para practicarla, un momento que exige que saquemos lo mejor de nosotros. Y que desde cada palabra, cada acto y cada pensamiento contribuyamos a que nuestra realidad más cercana sea mejor. Sin duda alguna llegaremos más lejos si comenzamos alimentando este tipo de actos en nuestros hogares, con nuestros vecinos, y como una onda que se expande, la actividad en nuestro círculo más cercano beneficiará al que le sigue, y así. Cada acto que hagamos con amor puede iluminar la cueva de alguien.
Sé que la vida me sonríe a diario, por eso mismo siempre le sonrío de vuelta. Es poco lo que necesito, lo esencial y lo verdadero son simples. , que lo recuerde, es lo que me repito una y otra vez.