Mizu es la apuesta sonora más reciente de José Gallardo Arbeláez, si, ese que también está en Pizarnik, Música Inmobiliaria y es productor del sello Poderes Inútiles. Mizu, dice él, “no es un proyecto para tocar en vivo”, tal vez por eso le rinde tanto y lleva ya dos discos publicados en este 2020: “Apto 201” y “Pararse y ver”. De este último, el músico y escritor Alex Jiménez nos da su punto de vista.
Por Alex Jiménez // @pulpo.planeta
El krautrock es una corriente musical que nació en Alemania a finales de los años 60. Fue un intento por reconstruir la cultura que les había destruido la guerra. Un proyecto de Medellín llamado Mizu (agua, en japonés) se inscribe dentro de esa corriente. No creo que sea una coincidencia: vivimos un momento de desmoronamiento, con un gobierno que oscila entre la incompetencia y el autoritarismo (la frase es de Catalina Botero). Ese sabor a ruinas se extiende a todo el mundo. El arte nos ayuda a reconocernos a nosotros mismos y a nuestro entorno. Una parte del material con el que cuenta son los restos de un naufragio, y trata de aglutinarlos para darles un sentido. Creo que eso explicaría el auge actual de la técnica del collage y de las alusiones al fin del mundo: “últimos días en la tierra” canta Parlantes y Truchafrita imagina un mundo sin humanos en “Follaje”, para mencionar ejemplos dentro de las producciones locales.
Creo que eso también, en cierta forma, está detrás de Pararse y ver, el nuevo álbum de Mizu, que parece meditado y construido a partir de las reflexiones de José Gallardo Arbeláez en su tesis de magíster en estética. En esa tesis hay una cita de Schöenberg: “el compositor debe situarse en su propio momento y expresarse a sí mismo, y eso nunca estará en contradicción al espíritu de su época”. Kafka dio una respuesta similar cuando un amigo le dijo que alguien había copiado su idea de la metamorfosis: “nadie me copió, eso es algo que flota en el aire”.
Pero estas son consideraciones posteriores a la audición. Lo que de verdad importa es que “Pararse y ver” es un álbum inteligente, sensible y divertido. No necesitamos preguntarnos si tiene un significado oculto, así como no nos preguntamos por el que pueda tener un atardecer: nos basta contemplarlo. Es claro, sí, que tiene una intención, una dirección en cada pieza.
La primera, cuyo nombre anuncia el juego musical de todo el álbum (“casi tan difícil como la parada de manos”) es de casi 10 minutos, y pareciera un tamiz para los oyentes: quien pase ese primer filtro, será recompensado con composiciones menos abstractas. En “uni” hay un primer momento muy confuso que empieza a encontrar su propia lógica: un caos que se mira a sí mismo y se organiza, como si una pila de escombros se pusiera de pie y caminara. En “la cajera que conoció a Walter Benjamin” el silencio es un elemento que crea expectativa, sobre todo después de los sonidos sucios. Las disonancias de “hay días en que hay que gritar” se disfrutan con una oscura complacencia, como la cafeína o los malos amores.
Todo el álbum tiene interacciones rítmicas y tímbricas que parecen nacidas del caos. Esas interacciones producen unas texturas porosas, destruidas, a veces corrosivas. La percusión parece tratada con especial cuidado, siempre llevando el paso de ritmos pedregosos.
Aunque no suelo frecuentar este tipo de experiencias y tengo un oído domado por hits radiales, disfruté el álbum sin aburrirme durante las tres veces que lo escuché completo. Hay detalles de producción muy dinámicos: por ejemplo las percusiones dirigidas a diferentes lados de los auriculares, que acentúan el sabor de fragmentación. Hay momentos en los que se acumula mucha tensión: capas de disonancias, distorsiones, texturas rotas; luego se relaja y el tema vuelve a respirar: es un procedimiento casi narrativo.
Mi momento favorito fue “Pararse y ver”: un sonido largo, con un paisaje lento, melancólico, muy contemplativo, muy poético, como si a alguien se le ocurrieran de pronto pensamientos hermosos en medio de las ruinas.
No sé qué tan influyente fue la carátula en la construcción del álbum, pero no la entendí: el contenido me generó otro tipo de imágenes.
Creo que Medellín está en un buen momento creativo, y no me refiero solo a los proyectos más visibles. Mizu es un ejemplo de esas cosas que prefieren ser más valiosas que “importantes”.