Una mirada a una de las obras fundamentales del rock latinoamericano de la década del 90, un disco y una canción que marcaron a una generación: RE y El Borrego de Café Tacvba. Un acercamiento a nuestros días por medio de la música. Una reflexión del músico y artista plástico Juan José Suárez Peña.
El Borrego
Soy anarquista, soy neonazista.
Soy un esquinjed (sic) y soy ecologista.
Soy peronista, soy terrorista, capitalista
Y también soy pacifista.
Soy activista, sindicalista, soy agresivo, y muy alternativo.
Soy deportista, del rotarac, politeísta
Y también soy buen cristiano.
Y en las tocadas la neta es el eslam (sic)
Pero en mi casa si le meto al tropical,
Me gusta el jevimetal (sic), me gusta el jarcor (sic).
Me gusta Patric Miler y también me gusta el gronch (sic).
Me gusta la maldita, me gusta la lupita
Y escucho a los magneto cuando esta mi noviecita
Me gusta andar de negro con los labios pintados.
Pero guapo en la oficina siempre ando bien trajeado.
Me gusta aventar piedras, me gusta recogerlas,
Me gusta pintar bardas y después ir a lavarlas.
E. del Real
Colaboración especial de Juan José Suárez Peña* para HagalaU
Re es el segundo álbum de estudio de la agrupación mexicana Café Tacuva. La revista RollingStone lo considera el mejor álbum de todos los tiempos del rock latinoamericano (The 10 Greatest Latin Rock Albums of All Time, 2012) (no es un chiste) y el New York Times lo considera el Álbum Blanco del rock latinoamericano (Pareles, 1997). No son unos chicos venidos a más así no más. El disco tiene veinte canciones. Es una mezcla de todo lo mexicano, el sonido del México tradicional y, por supuesto, del más vanguardista, que ellos mismos fundan. Sincretismo es la palabra que mejor podría definirlo.
En los primeros años después de la muerte del relato, de la muerte de los grandes temas, del fin de la historia, solo quedaba la nostalgia. Re está después de la nostalgia. Se pasea por diversidad de géneros sin ninguna conmiseración para el oyente, pasan de la música regional mexicana (como el trío, el huapango, la música norteña y banda) al punk, el funk, el grunge, el mambo, el samba brasileña y el ska jamaiquino. Pero no es un pastiche, es una declaración que, sin ningún tipo de temor, queda consignada en El Borrego.
Años después del fin de la historia, incluso después de la nostalgia, solo queda esto, una lengua muerta, un texto vacío. Una foto que no le pertenece a nadie, que relata una historia que nadie recuerda. Hay signos que aún podemos interpretar, sonrisas, parece una fiesta, tal vez un cumpleaños, tiene ese flow, por la ropa pueden ser los 80, pero de resto es imposible. Ese tipo de sensación. El Borrego es eso. También recuerdo que Occidente es lo que le pasa a occidente en las grandes ciudades. Esa construcción social fundada en el desarraigo que es la condición de ciudad. El desarraigo y, por supuesto, la pérdida de identidad. Todas las ciudades están diseñadas para que los habitantes puedan desaparecer en su inmensidad, no ser nadie.
Así suena El Borrego
Esto me hace pensar en el punk, en la historia del punk y en el mito del punk, que, como todo, no se corresponde. Todo el mundo sabe que Vivienne Westwood y Malcolm McLaren diseñaron (mejor sería decir inventaron) eso que hoy conocemos como Punk, ese estilo callejero, contestatario, brutal y directo del mohawk y del gancho nodriza como sustituto de todo. Así, simple, el Punk salió de una vitrina del Soho londinense a las calles y nos convenció con su estilo pre de que estábamos hartos del mundo post. Así de maravilloso. El estilo más contestatario, suburbano, obrero y marginal del siglo XX es un producto perfectamente etiquetado. Probablemente manufacturado en China. Otra cosa es el mito. Hijos de obreros, cansados de la banalidad del hipismo, de la superficialidad de la vida propuesta (dice Lucia Pulido: van a trabajar para ganar / el dinero con que comprar / la comida para poder tener / la energía para ir a trabajar), aburridos de hacer la paz y no la guerra, desencantados con esta dualidad, simplemente renuncian (Non Servium canta al respecto: abre la puerta escapate / seguimos en la brecha / cagate en dios bébete tres / hazte otra vez la cresta / romperemos los esquemas / de esta puta sociedad / es el espíritu del Oi! / con nosotros no podrán). Son dos historias distintas.
Aunque no hay nada mas punk, permítanme la licencia, que tocar música regional, música de la tierra, El Borrego es, musicalmente, la canción más punk del Re. Tres notas, ni siquiera son acordes completos, repitiéndose hasta el infinito. Hasta podría decirse que es punk tradicional (nada más anti punk que el concepto mismo de tradición). Tocar tres acordes es signo de poca formación musical, por eso son tres, pero a la par una declaración contra los excesos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de la música popular, con tres basta. La letra es otra cosa. Con El Borrego Café Tacuva no hace una apología a la banalidad de su generación, de mi generación. Pareciera, pero no. Es perfectamente posible ser todo a la vez. Es el reto de la contemporaneidad, la muerte de los grandes relatos es la muerte de la identidad como unicidad, como posibilidad de ser uno igual al otro. Es la desaparición del sujeto en las grandes ciudades suplantado en la imagen de sí mismo en contextos diversos. En la brega lo único que es ley es la adaptación. Por eso no hay nostalgia en el Re, ya no hay tiempo para eso, es demasiado retro. Pero tampoco hay burla. Si bien Roland Barthes dice que el porvenir lógico de la metáfora es el gag (Barthes, 1978), en primera instancia, este gag repetido hasta el cansancio adquiere una condición plena de dramatismo, que, en segunda instancia, en su intensidad, pierde todo significado. En el Re nada significa algo, es solo amor por la forma, pero una forma que ya no es signo de nada. Ni siquiera de lo mexicano. Es música mexicana para el mundo, pero también pudo ser de Bali, o de Ulán Bator. El Re es una mueca que no conduce a ninguna parte. O una sonrisa. Da igual.
Lo otro es el cansancio. Aunque estoy de acuerdo con Lipovetsky cuando afirma que “ya ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las masas, la sociedad posmoderna no tiene ni ídolo ni tabú, ni tan sólo imagen gloriosa de sí misma, ningún proyecto histórico movilizador, estamos ya regidos por el vacío, un vacío que no comporta, sin embargo, ni tragedia ni apocalipsis”. (1986, pág. 10), creo que lo nuestro no se rige por la seducción sino por el desencanto. Mircea Eliade en su novela La noche de San Juan lo describe mejor:
– No me he expresado bien – repitió Stefan -. Se trata de otra cosa. No se si lo estoy haciendo bien. Es una especie de solución extrema a la que he recurrido desde la desesperación. Habría podido suicidarme, el resultado sería el mismo. En realidad hace mucho que ya no vivo. Solo cumplo con mi obligación de despertarme todas las mañanas a la misma hora. Eso es todo. Esa es toda mi vida. (La noche de San Juan, 2009)
No hay agenciamiento en el desencanto, tampoco hay narcisismo. Hay automatismo, pasamos de un estado al siguiente y, sin tiempo, nos abandonamos al vacío. Arrastramos nuestro pesados cuerpo de un lugar de actuación a otro. Incluso en la soledad del transporte público nos abandonamos en la imagen del ciudadano. Si bien es cierto que este ensimismamiento podría encubrir una sujetividad desbordada, conectados a nuestros dispositivos de audio silenciamos el mundo, incluyendo nuestros propios pensamientos, con cada vez más decibeles. Es el triunfo de las máquinas. Por supuesto, llegaremos al punto de suprimir todo nuestro contacto con el otro. Los villanos de los comics ya no quieren destruir el planeta, ya lo hicieron.
Café Tacvba en concierto en el Jardín Botánico de Medellín en 2018
Hay otro encubrimiento que es fatal. Lipovetsky señala que el narcisismo es la “expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de lo comunicado, la indiferencia por los contenidos, la reabsorción lúdica del sentido, la comunicación sin objetivo ni público, el emisor convertido en el principal receptor” (Lipovetsky, 1986, págs. 14-15). La sobre abundancia de contenidos no refleja un narcisismo exacerbado, un culto extremo a la propia personalidad. Jean Baudrillar en El Crimen Perfecto (1996) afirma que, en el mundo en que vivimos, la función más elevada del signo es hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición. También dice que detrás de la proliferación de las imágenes lo que está en juego es un simulacro que encubre el abandono de la realidad, la desaparición de Dios en la proliferación de sus imágenes, no su muerte, la desaparición del sentido en la sobre abundancia aparente de sentido, sentido que todo lo desborda para que no quede duda de su existencia y que de esta manera encubre su desaparición total.
Eso es El Borrego. Propone, a manera de gag, el dramatismo, ahora indiferente, de la necesidad adaptabilidad a cualquier costo, una actuación que, por supuesto, a nadie le importa.
*Soy Licenciado en Formación Estética (el último graduado de mi carrera antes de que desapareciera) y Artista Plástico (la última promoción de una institución que ya no existe). Cantante y guitarrista de Aviones desde que recuerdo. También canté y toqué la guitarra en Lalunar y en Puras Influencias. He grabado varios discos con Aviones y uno en solitario. De vez en cuando escribo sobre música, la mayoría se encuentra en laotrarosca.blogspot.com.co, nada muy serio o constante. Tengo dos perros y me gustan las telecaster.
Bibliografía
Lipovetsky, G. (1986). La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Anagrama.
RolligStone. (19 de noviembre de 2012). The 10 Greatest Latin Rock Albums of All Time. Recuperado el 9 de septiembre de 2016, de RollingStone
Pareles, J. (4 de agosto de 1997). Madcap Music by a Mexican Band With Its Ears to the World. Recuperado el 8 de septiembre de 2016, de New York Times
Barthes, R. (1978). Roland Barthes por Roland Barthes. Barcelona: Editorial Kairón.
Eliade, M. (2009). La noche de San Juan. Barcelona: Herder Editorial.
Baudrillar, J. (1996). El Crimen Perfecto. Barcelona: Editorial Anagrama, S.A.