Altavoz Antioquia, QuitaSol Fest y Rock a la Escuela se quedaron sin hacer. Más que sonidos y Rock Al Río andan pensando estrategias de financiación y apoyo; Víboral Rock a la final no recibió apoyos del ICPA. Así está el panorama de festivales de músicas urbanas y alternativas en gran parte del departamento*.
Por Alexander Múnera Restrepo // @AlexanderMunRes
Mientras muchos estaban en los conciertos Ciudad Altavoz, celebrando la vida y la música (como debe ser en espacios como esos), el lunes festivo 21 de agosto, la organización del Festival de Cine Colombiano emitía un comunicado donde aseguraba que la Alcaldía de Medellín ya no iba a apoyar el evento.
Un golpe tan duro para su programación y actividades durante toda la semana del festival, que la misma organización dice que debido a eso, tal vez el próximo año no se realice. Lo que refleja la vulnerabilidad en la que están esta clase de certámenes auspiciados con dineros públicos.
Pero el Festival de Cine Colombiano es solo una muestra de esta camisa roída y maltrecha que está llena botones que representan la cultura de Medellín y Antioquia. Los festivales de rock también se están viendo afectados por las reducciones en el presupuesto del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia y la Secretaría de Cultura de Medellín.
El primer impacto se dio desde el 2016 cuando la recién llegada administración departamental sin mucho aspaviento, pero muy decidida, se fue con toda en contra de los programas de la gobernación saliente y uno de ellos era Altavoz Antioquia, un proceso que en tan solo cuatro versiones arrojó:
“[…] una Caravana Altavoz Antioquia por las 9 regiones de Antioquia con más de 28 grupos participantes, más de 60 grupos musicales beneficiados entre el recital central y en los regionales… 3 encuentros formativos (imagínense una concentración de una selección de fútbol), pero dedicados durante 4 días a actividades formativas que tenían como objetivo aportar al crecimiento de los artistas y gestores por medio de clínicas musicales, talleres y charlas en líneas como formación, profesionalización, gestión y circulación”. Lea más aquí: ¿Qué pasó con el festival Altavoz Antioquia y los encuentros Antioquia Vive?
Sin tomar nada de esto en cuenta, la actual gobernación tomó la decisión de no hacerlo más.
El segundo caso fue en enero de este año con Rock a la escuela, que además inicia la temporada de conciertos en la ciudad. Un festival que desde hace siete versiones se organiza con la intensión de recoger útiles escolares para los niños de menos recursos de la Comuna 15 y otras zonas de la ciudad. Las razones que dio el festival para cancelar su octava edición fueron las siguientes:
“Dados los numerosos inconvenientes que el Festival Rock a la Escuela ha tenido en esta versión para su realización hacemos pública la decisión de cancelar el evento para el presente año 2017.
Exhortamos a toda la comunidad rockera a buscar estrategias y alternativas para que nuestros discursos y contenidos no sean estigmatizados por la sociedad y el estado. Invitamos a leer juiciosamente el contexto de control que vivimos actualmente en Colombia, aquel marco prohibicionista establecido a través de las recientes medidas establecidas en el nuevo código de policía, llamamos a la reflexión y no a la violencia”.
Una razón que, aunque señala al ya no tan nuevo código de policía, la voluntad política también hubiera podido incidir para que el festival se realizara en otras condiciones, sin perder su impacto social.
También puede leer: 10 videoclips a propósito del nuevo Código de Policía.
Empezando el segundo semestre, siguieron las malas noticias, el QuitaSol Fest de Bello, publicó un comunicado en el cual anunciaba la cancelación de la versión 2017. Parte de la carta decía lo siguiente:
“A pesar de ser uno de los eventos más concurridos y tener un reconocimiento por su amplio componente cultural y social donde los artistas se expresan a través de la música en una ciudad que lo pide a gritos, donde la apropiación del espacio olvidado (Parque de artes y oficios) es retomado por cientos de asistentes que le dan vida, nos vemos afectados por el déficit presupuestal que atraviesa la ciudad, siendo lo más coherente dar un paso al costado por tal situación”.
Otra vez la voluntad política y la falta de presupuesto del municipio, fueron las excusas para no acompañar un proceso que visibiliza las bandas del norte del Valle de Aburrá.
Ahora estamos a pocos meses de, siendo positivos, se cumplan las versiones 2017 de los festivales Más que sonidos y Rock al Río, sus mesas de trabajo vienen haciendo gestiones y buscando los recursos para poder sacar adelante tales ediciones; sin embargo, las administraciones municipales (Guatapé y Rionegro), junto a la departamental, los han tenido yendo y viniendo, haciendo vueltas y solicitando citas con los funcionarios públicos para que les den lo que por derecho les corresponde como organizaciones ciudadanas y lideres (cada una en su municipio) de un evento público y cultural, que abre espacios de reconocimiento juvenil, tolerancia, respeto y compromiso social.
Es valido decir aquí también, que el Más que sonidos, en un acto de testarudes y si se quiere optimismo, sin todavía tener un presupuesto asegurado para este año, ya abrió la convocatoria pública para bandas. Lo puede descargar aquí.
Luego de citar estos preocupantes escenarios, se pueden hacer muchas aseveraciones; pero la más apremiante creo yo, es la de la financiación. Sí, ya sé, en un país como Colombia, donde la empresa privada solo patrocina conciertos de carácter mainstream, o con un público al que le cuesta pagar una entrada y desde hace más de una década sigue invirtiendo los mimos $10mil o menos para ver una banda en vivo, es bien difícil no ver a papá Estado como el único benefactor. Sin embargo, personas como Pablo Villegas, fundador y músico de La Montaña Gris, tienen otras visiones al respecto. Desde la autogestión y la dedicación exclusiva, su grupo siempre ha cobrado sus presentaciones y por lo general sus auditorios o teatros se llenan. Ha podido hacer giras por Suramérica y grabar varios discos.
Y tal vez eso es lo que les esté haciendo falta a los festivales, dedicación exclusiva por parte de sus organizadores (algo complejo cuando no se devenga ningún sueldo con estos trabajos), crear redes para juntarse con sus pares y hacer intercambios, buscar convocatorias internacionales con ONG’s u otros gobiernos que sí tengan y quieran aportar a tales procesos, cobrar la entrada, no sé... Quizá ser menos ambiciosos y desarrollar el festival en un bar o un auditorio, en una frase, realizarlo en la medida que sus posibilidades lo permitan.
Hacerlo de varios días, en una cancha o un parque al aire libre parece ser el ideal; pero ¿Si aún no se puede? ¿Si todavía no hay público para eso? ¿Si esa idea de país o en este caso de región rockera, en realidad no es tan grande y seguimos siendo una minoría? Como dice Petit Fellas, “10:50pm y aún tengo más preguntas que respuestas” ¿Usted qué opina?
*Todos estos son casos de los que, por cercanía o porque ya hicieron pública su anulación, se puede hablar con cierta propiedad; pero lastimosamente estos no parecen ser todos los festivales con problemas en Antioquia, ni en el resto del país.