A lo largo de sus 117 años de historia, El Jordán fue testigo de los cambios en las ideas, los gustos, los hábitos y las costumbres de nuestra sociedad. Y conoció de primera mano las viejas y las nuevas tendencias sonoras y ocupó siempre un lugar protagónico en el escenario musical, tanto por la calidad de sus espectáculos en vivo, como por la importación de los nuevos sistemas de reproducción que en la primera mitad del siglo XX cambiaron radicalmente la manera de disfrutar la música, tanto como ahora iPod o internet.
En estos cinco momentos encontraremos entonces algunas claves de esas transformaciones y la música que sonaba, según el momento y la ocasión.
Por: Guillermo Cardona
1891- Los Baños de Aná. En sus primeros tiempos, en El Jordán se escuchaba la música en pianola. El famoso piano mecánico al que se le daba cuerda y que, a través de rollos con perforaciones, interpretaba por sí solo los valses de Federico Chopin y Johann Strauss. Luego fue el momento del gramófono y de los primeros acetatos de 78 rpm que llegaron a Medellín hacia 1920, con la voz de Enrico Caruso y sus insuperables interpretaciones como tenor en óperas de Giacomo Puccini y Giuseppe Verdi.
El Jordán era frecuentado por los grandes señores que venían por la carretera de La Iguana en sus coches tirados por caballos.
Alberto Burgos, de la descendencia Burgos, familia que durante muchos años administró El Jordán, participó en la reapertura el 4 de julio de 2017 con la charla "Las músicas de El jordán"
1924 – Bailes y máquinas parlantes. Con el tranvía llegaron los músicos, los poetas, los bohemios, los intelectuales, los escritores, los periodistas, los obreros y, por supuesto, los publicistas, ante la mirada recelosa del clero y los defensores de las buenas costumbres. Con el gramófono haciéndole contrapeso a la pianola, comenzaron también a escucharse otras tendencias musicales a nivel internacional.
Los espectáculos en vivo corrían por cuenta de los llamados Grupos de jazz, que no tocaban jazz realmente sino que se alejaban de los ritmos tradicionales y venían con un swing más fiestero y empezaban a traer los nuevo sonidos del fox y el charlestón que hacían furor en los Estados Unidos, además de los ritmos antillanos que reclamaban su propio nicho desde Cuba y Puerto Rico.
Para finales de los 40, del gramófono se pasa a la rockola, el famoso traganíquel, con una amplia oferta para, previa introducción de unos centavos, seleccionar al gusto del cliente los boleros de Lucho Gatica, uno que otro tema de la Sonora Matancera, pero también bambucos, pasillos, torbellinos y, en diciembre, los vallenatos cuerdiaos de Guillermo Buitrago, compañero inseparable de las parrandas navideñas.
La exposición de El Jordán muestra un antes y un después del lugar. En la foto, un habitante del barrio Robledo.
1952 – Adiós al baile y a las piscinas. Justo en el 52, un sacerdote y un inspector de policía intrigaron e intrigaron hasta que lograron prohibir, por orden de la Administración Municipal, los bailes en el sector de Robledo, que era como decir que no se podía volver a bailar en El Jordán. Unos años antes había desparecido el tranvía, comenzaron a transitar más y más buses y el ambiente rural desapareció con los nuevos vecindarios. Medellín crecía a pasos agigantados y de ser corregimiento Robledo se convirtió en barrio y El Jordán perdió para siempre su condición de balneario de las afueras.
Con los nuevos residentes, vino también la contaminación y la corriente de agua que alimentaba las piscinas se notaba cada día más sucia y turbia hasta que resultó más rentable vender la servidumbre de la quebrada la Corcovada a una empresa de curtimbres.
En 1962, se cerraron las piscinas y el concepto de “baños” empezó a confundirse con los servicios sanitarios.
Y el lugar que fuera también fonda caminera, pulpería y bailadero, devino en cantina, café o en el más urbano concepto de taberna. La música de antes se empeñaba en seguir sonando en la rockola.
Pese a los malos tiempos, en El Jordán se escucharon por entonces, en vivo, las voces y las cuerdas de Espinosa y Bedoya, de Obdulio y Julián, del Dueto de Antaño, entre muchos otros. No porque los contratara el establecimiento directamente, sino porque los traían los propios clientes y, muchas veces, siendo simples comensales, muchos de ellos aceptaban de buena gana compartir algunas de sus canciones con los afortunados concurrentes.
El Jordán tendrá un espacio dedicado a las tertulias musicales.
1975- Tertulias, tangos y milongas. Para los años 70 y 80, algo de su antiguo esplendor se revivió cuando fue frecuentado por personajes de la cultura como el cineasta Orlando Mora, el académico vallecaucano Jaime Galarza y escritores como Óscar Collazos, R. H. Moreno Durán, el poeta Mario Rivero, Fernando Cruz Kronfly, José Gabriel Baena, Jairo Morales, Elkin Restrepo y por supuesto Manuel Mejía Vallejo y su taller de escritores de la Biblioteca Pública Piloto.
Fueron tiempos de tertulias, tangos y milongas. Pero también de un desconcharse las paredes; un tiempo de ventanas rotas y mesas cojas. Sin embargo, la música de antes se empeñaba en seguir sonando en la rockola.
Así que muy seguramente al son de la música parrandera de Guillermo Buitrago y de Lucho Bermúdez, El Jordán vivió sus últimas noches hasta su cierre definitivo, en el mes de diciembre del año 2007.
2017 - Patrimonio de todos. Por varios años, El Jordán siguió su lento proceso de deterioro y cuando la Alcaldía de Medellín lo adquirió en el 2012, estaba prácticamente en las ruinas. Por fortuna, años atrás el lugar había quedado inscrito en el inventario de edificaciones con valor patrimonial de la ciudad y la Secretaría de Cultura Ciudadana asumió el compromiso de restaurar el inmueble, no tanto por su valor arquitectónico como simbólico en la vida cultural de la ciudad.
Una vez finalizado el rescate del inmueble, el carácter de El Jordán recupera elementos técnicos, materiales y estéticos propios de la arquitectura de nuestra ciudad a finales del siglo XIX. Los muros en tapia encalados, las cubiertas en teja de barro y con aleros sostenidos por columnas de madera; el vano de la puerta central jerarquizado con remate en friso y los pisos de los corredores exteriores en piedra; son características típicas de las edificaciones de la época.