Alexander Múnera
Un escenario saturado: cables, amplificadores, sampler, video beam, guitarra, batería y bajo. Así estaba cuando me senté con Omar casi en el centro del teatro del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM) unos quince minutos antes de que Señor Naranjo empezara su presentación planeada para las ocho de la noche.
En medio la primera canción, un apagón en la tarima durante unos cinco minutos, que seguramente, hizo pensar a más de uno –incluyéndome- que el toque se podría cancelar. Pero no fue así y la lámpara dispuesta a iluminar la puesta en escena, vertical y solitaria en la mitad de la tarima generó una atmósfera de bar tranquilo.
Era la primera vez que tenían un concierto en ese lado del río. Y el reggae de Capurgana, el rock de Medellín y el bolero de antepasado se mezclaron como el mejor de los cócteles para generar la música de Señor Naranjo.
La proyección de imágenes del Mono, las guitarras arpegiadas y punteadas en todo el diapasón de Felipe, la batería asertiva de su hijo Adán y el bajo de Andrés “El oso” Sanín que soporta con sutileza las melodías de toda la banda, lograron emocionar a un público que colmó la sala del MAMM.
Líricas que hablan sobre la vida, la familia, los viajes, el amor, entre otras temáticas que nacen desde la cotidianidad de Felipe Naranjo y se hacen vida en su particular voz, le dan a este proyecto sonoro un elemento más para diferenciarse en la ciudad.
Fue un concierto que provocó en mí, la curiosidad de saber que canción seguiría después a su antecesora; la delicada atención para escuchar sus letras; la admiración relativa a la interpretación de los instrumentos y la emoción de sentir en el cuerpo una buena música.
Se podría decir sin temor al equívoco que Señor Naranjo no es Felipe y sus acompañantes, Señor Naranjo es un grupo de tres músicos sencillos pero con talento que definitivamente le están regalando otro aire auditivo a la escena independiente de la ciudad y del país.