Confirmado. Caifanes regresa a Colombia y la noticia amerita contar la historia de un encuentro con el líder de la banda que ha marcado profundamente la vida de muchos. Un relato para honrar el amor por la música.
Santiago Arango Naranjo // @santiagocancion // 25 de febrero de 2019
Cuando la música ayuda a encontrarnos nace una conexión cósmica: ¡Y Caifanes ha significado en mi vida esa posibilidad de hallar un lugar en la tierra!
Sí. Cuando hablo de música he comentado entre mis amigos que gran parte de lo que soy como persona es gracias a Saúl Hernández y su banda. ¡Están en mi ADN! Y se lo dije al mismísimo Saúl en 2007 cuando Jaguares visitó Medellín para cerrar el Festival Internacional Altavoz –hoy Altavoz Fest-. Esta es la historia.
Aquella vez tuve la fortuna de hacer las veces de edecán, fui al aeropuerto a recoger a la banda como vocero de la organización, valga decir que el trayecto se hizo eterno, subimos por la avenida Las Palmas e infiero que el conductor deseó nunca más tener un acompañante como yo; como diría mi mamá: “Quedó cardiaco”, pues en el trayecto no paré de hablarle de “nervios de volcanes, invocaciones de fuerzas, silencios, negros cósmicos, células que explotan, jaguares, dioses ocultos, piedras, sangre cósmica, cerros, misterios azules y estados originales”…
Ahora ubiquémonos en el Aeropuerto José María Córdova de Rionegro, oriente del departamento de Antioquia, Colombia. El vuelo se retrasó una hora en promedio… hasta que llegaron. Recuerdo con nitidez la mirada fija del “Chato” –como llaman a Saúl- cuando arribó, recogió el equipaje como cualesquier ciudadano de a pié y salió de la sala; pensé mucho qué le iba a decir pero quería ser prudente, tenía claro que yo era parte de esa “raza” que él saludaba en los conciertos y debía cuidarme de una imagen de fan enfermizo; al final, solo dije: “¡Saúl, bienvenido!”. Con la cordialidad que lo caracteriza, tendió su brazo y estrechó mi mano, sonrió con calidez y respondió: “Gracias hermano, es un honor estar aquí”.
Acto seguido, cuando el staff de la banda estaba completo, los reunió antes de abordar los vehículos para buscar un restaurante cercano en busca de comida; hacía frío y era casi la media noche; los convocó y habló: “Quiero decirles, como siempre, que me siento honrado de estar aquí con ustedes. Gracias”.
Ya sentados a la mesa, luego de picar chicharrones, empanaditas y disfrutar de la gastronomía antioqueña, Saúl estaba en un extremo, lo busqué: “No quiero ser inoportuno pero quiero expresarte algo”, dije. Como quien está llamado a un rito, clavó su mirada con ese sigilo jaguar, cerró el libro que estaba hojeando, corrió sin estruendo la silla e invitó a sentarme. Entonces con tembleque en la voz, musité: “Hermano, no quiero que pase esta oportunidad sin decir que mi relación con la naturaleza, mi forma de entender la familia, mi experiencia del amor, el tributo a la palabra… mi visión del mundo es en gran medida gracias a vos y a la banda. Por eso te quiero dar las gracias”. Para sorpresa mía, el “Chamán” –otro de los apodos que con cariño recibe Saúl- se sobrecogió y expresó sincerado la gratitud; luego brindamos, me preguntó por la ciudad, sobre el festival Altavoz, la cultura en Medellín, conversamos sobre el PRI en México, hablamos del repertorio para el show y me preguntó: “¿Crees que debemos tocar “La negra Tomasa?”.
Hasta ahí la historia de ese encuentro con esa banda que ha creado una legión de fervorosos “aliados” que han entendido la fuerza de un continente. Como conclusión, ese día ratifiqué que antes que una estrella de rock hablaba con un sujeto de carne y hueso, el líder natural de la banda de rock mexicana más grande de la historia y una figura imprescindible del rock hispano. Esa vez supe que –aunque siempre lo creí y todavía lo creo- su discurso no era una falsa pose, era Saúl y su banda, tan honestos como la sangre que fluye en cada uno de nosotros.
Esas canciones que abordan la herencia de un país y un continente, el folclor popular, las tradiciones indígenas y la no indiferencia ante un mundo en caos, han servido para plantar una postura y una actitud donde prima la reflexión, exaltar la ceremonia de la existencia y la esperanza como camino. ¡Una experiencia liberadora!
El atrevimiento de explorar el rock desde una lógica que se pregunta por la identidad, arrojó a Caifanes –y Jaguares- a indagar también con el corrido mexicano, la ranchera, la cumbia y la salsa; y las respuestas están en canciones como “La célula que explota”, “La negra Tomasa”, “Como tú”, “Afuera”, “Nubes” o “Mariquita”.
“Cada piedra es un altar”, “Antes de que nos olviden haremos historia”, “Amárrate a una escoba y vuela lejos”, “Voy en camino al estado original”, “Si mis plegarias no fueran a la virgen si no a ti”, esas y otras citas de canciones de Caifanes y Jaguares han cumplido un rol: traducir desde el arraigo latino la existencia humana con un discurso propio, personal y universal.
Han pasado 32 años desde su nacimiento y para seguir edificando ese camino de libertad a través de su música, bastará con cantar en su concierto en Colombia con Sabo Romo, Alfonso André, Diego Herrera y Saúl Hernández: “Cuéntame tu vida, cuéntamela toda/Dime si estoy en vivo, si todavía respiro”
El rock como oportunidad de relatarnos y de entendernos como sujetos, su fuerza para enfrentar los miedos y a la vez infectarnos con la dualidad del amor, Caifanes nos produce eso y más, haciéndonos recordar que el poder está en nosotros, en nuestro ritual de vida, en la posibilidad de volar.
Así que raza, nos vemos el 19 de marzo de 2020 en el concierto en La Macarena de Medellín. Las boletas, acá -> Caifanes en Medellín.