¿Y vos qué escuchás? Esa siempre ha sido una pregunta difícil de responder para mí, cuando no me quedo pasmado y sin saber qué decir, por lo general me quedan faltando artistas o géneros por mencionar.
Por Alexander Múnera Restrepo // @AlexHagalaU
Por la cuadra
Sin miedo a equivocarme, puedo decir que la música ha sido la columna vertebral de mi vida. Una de las imágenes (sonoras) más claras que tengo de mi niñez, es a mi hermano y a mí bañándonos juntos, escuchando “Cómo amaneció Medellín” y remedando ambos, muertos de risa, al Santi Martínez cuando decía “Ja, ja, ja… Hoy es viernes, día del arrecostadero”.
O llegar cualquier tarde luego de la escuela y escuchar “Los adoloridos” de la Radio Paisa, u oír las canciones de Ana Gabriel y Rocío Durcal que tanto le gustaban a mi mamá. Esas fueron las primeras voces y canciones que se tejieron en mi cabeza.
Música y radio entonces, siempre estuvieron juntas y fue gracias a mis papás. Porque mi viejo también le añadió sonidos a mí historia, los tangos y las rancheras fueron su legado: Vicente Fernández, Pedro Infante, Antonio Aguilar, Enrique Santos, Carlos Gardel y Roberto Goyeneche son los nombres que más rememoro.
Pero eso era en la casa, en la calle era otra tonada, “los mariguaneros de la esquina o patos”, como les decía mamá, me mostraron la salsa, ese ritmo con raíces cubanas y expandido en New York gracias a los latinos que llegaban por miles luego de la mitad del siglo XX. Me gustaba tanto, que incluso tuve un apodo referente a ese ritmo y a esa época, “pachanga”, me decían.
Así se fue la infancia, con una variopinta mezcla de géneros que llegaron a mis oídos heredados de los gustos de los adultos y a través de la radio.
Llegó el rock ahora sí en serio
Más grandecito, me empecé a encontrar con melodías más estridentes y de lugares más lejanos. Los afiches de Bon Jovi, Poison y Mötley Crüe que estaban pegados en la habitación de los hijos de unos amigos de la familia, hicieron que me enterara de la existencia de artistas que no conocía.
Y “La Música de Veracruz” me mostró las lycras, pañoletas, maquillajes, peinados permanentes, bailes, guitarras, baterías de no sé cuántos tones y platillos; con personas llorando, viendo en concierto a estos músicos que para mí en ese momento eran como extraterrestres.
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La música en español aterrizó casi en paralelo, las canciones de Toreros Muertos, Miguel Mateos, Los Hombres G (me acuerdo que “Sufre de mamón”, la película, no la pude ver en cine porque estaba muy chiquito. Solo mi hermana, con otros de sus amigos pudo ir a verla), Pasaporte y más… Las pude sonar en mi propia casa con los discos en acetato que Postobón intercambiaba por tapas de gaseosa que pertenecían a su marca. Veracruz Estéreo también me impulsó a grabar mis primeros casetes.
Luego, otro puñado de amigos me mostró Radioacktiva. El grunge ya había destronado al glam y el programa “La ventana” me abrió aún más la mente. Gracias a esta estación, en el 1994 supe de un festival que se llamaba Woodstock (también logré escuchar el del 99); mucho más tarde me enteré que había uno más viejo con el mismo nombre, que había sido como el papá de los festivales en el mundo.
Un toque más open mind
Pero mientras yo intentaba ponerme al día con la historia del rock, mi hermano se enloquecía con el freestyle, así que mis oídos seguían expandiéndose, a veces por daño colateral, otras porque yo mismo lo buscaba.
Los años seguían pasando y junto al punk llegó un radicalismo infundado, nada que no sonora lo suficientemente pogueable, merecía ser escuchado. Empecé a ir a conciertos de bandas locales y ahí ya no hubo retorno… Al hip hop lastimosamente llegué tarde debido a mi intolerancia auditiva; pero un buen día tuve la fortuna de conocer a la Tribu Omerta (que además eran vecinos, yo vivía en Campo Valdés y algunos de ellos en Manrique) y me di cuenta que ellos estaban cantando lo que yo vivía en el barrio, así que me enganché también con su RAP.
La búsqueda sonora siguió, el afán de conseguir música se hacía cada vez más incontrolable y las emisoras de rock se fueron del dial. Me tocó pues internarme en las dinámicas de las emisoras culturales o universitarias, donde seguían programando rock cada tanto, con una aditamento, era un poco más especializado. Ahí también conocí el jazz, el blues e incluso algo de música clásica.
Por eso responder a la pregunta ¿Y vos qué escuchás? No es tan fácil, porque en realidad no somos una sola música, somos muchas músicas y herencias que han ido formando nuestro gusto, unos más especializados que otros; pero todos, siempre, universales.