Alexander Múnera Restrepo

Durante la mañana soleada del 20 de julio en alguna avenida principal de cierta capital, se llevó a cabo -como ya es tradición-, el desfile de las fuerzas armadas conmemorando el día de la “independencia” colombiana. Donde más que evocar una fecha, se ostenta un poder bélico que no lo es tanto.

Pero al mismo tiempo, otros ciudadanos del país del sagrado corazón, probablemente más jóvenes, ultimaban detalles, con el pretexto de un festival artístico-musical llamado desde hace 11 años Antimili Sonoro.  En este festival se manifiestan contra la guerra en todas sus expresiones y desde cualquier bando ideológico.

Más tarde, ya con un cielo nubado pero sin lluvia, la fiesta nacional, el llamado Gran Concierto Nacional, seguía con un gran concierto en más de mil municipios en toda la República. Con el himno nacional, reconocimientos a algunos maestros de la música colombiana como Teresita Gómez, discursos políticos, público en masa y sonidos que recorrían el país desde el Cabo de la Vela en la Guajira hasta Leticia en el Amazonas, pasando por el Vichada y terminando en el Pacífico con Nariño…

Paralelo a esto, el Antimili Sonoro también había dado inicio, con presentaciones teatrales y payasos que pedían la insumisión, consignas antimilitares, la quema de la bandera estadounidense, el reconocimiento a la minga indígena y como fuerte, música local que invitaba a la reflexión sobre la situación social del país.

En el concierto “oficial”, la sugerencia era ir vestido con los colores patrios o de blanco; muchos tenían sobre sus cabezas una mala imitación hecha de cartón del tradicional sombrero vueltia’o y algunos, irónicamente, tenían banderas patrocinadas por un banco español. 

En el parque Obrero de Boston, donde se hacía la toma artístico-musical, nadie parecía estar uniformado, aunque el color dominante fue el negro, era fácil ver también el verde, el rojo y el amarillo. Sombreros hubo pocos, se reemplazaban por las crestas punk y las trenzas reggae. Todo muy colombiano, tanto como la chicha que vendían a un lado de la placa de cemento donde se hacían los pogos.

En Carabobo Norte, como le dicen ahora al territorio que linda con la U. de A., el Parque Explora, el Jardín Botánico, el Parque de los Deseos, el Centro Cultural de Moravia y el museo Pedro Nel Gómez, donde fue el concierto patrocinado por el Estado; la cosa fue rápida, luego de las felicitaciones por la fiesta patria y cinco presentaciones musicales, se dio por terminado el evento.

Al Antimili y sus seguidores en cambio, no les importó que el 21 fuera día laboral o de estudio y la protesta sonora siguió unas horas más. El baile y la libertad que generaba aquel espacio llegó a su fin casi a las diez de la noche, hora en la que todos se dispersaron rumbo a rematar la noche, en sus camas o deambulando por la ciudad esperando despiertos que el amanecer los encontrará.

Un 20 de julio diverso en una Medellín donde a pesar de estar pasando por una situación violenta muy intensa en casi todos sus rincones, se pudo encontrar en la diferencia. En una conmemoración que quizá todavía no se justifique y en una manifestación de la que se toma conciencia lentamente.

 

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