Sin pedir permiso, la música nos toca, nos atrapa y nos enloquece casi sin darnos cuenta.
Y es ahí cuando el bicho de hacer una banda se revuelca en el interior, aguzando, punzando como una pajuela que ataca una cuerda para lograr ‘ese’ riff. Pero, hay que hacerse una pregunta: ¿para qué ‘montar’ una banda? Miremos:
– Para robarse una niña
– Para ser reconocido.
– Por un compromiso íntimo, estético y artístico.
– Para ser f a m o s o.
– Porque existe la necesidad de narrar la ciudad, el contexto…
Resuelta la duda, lo duro ahora es tener la sapiencia para elegir si es una banda de parche, con proyección para el barrio, la ciudad, el país… ¡O mi banda es para sacarla al mundo!
¡Qué demencia! El bicho infecta la mente. Porque, ¿es claro que una banda debe funcionar como empresa?, ¿tengo claro cuál es mi equipo: diseñador, fotógrafo, rodies, comunicador y todo el que haga falta para hacer un proyecto serio?
Y entonces después de tanto recoveco que parece crear una cortina de smog que impide ver, se puede hacer una pausa y desistir de la idea. O no flaquear, y crear la banda, hacer sonido, pero entonces es para “parcharse” y no para profesionalizarse.
¿Quién administra ‘el billete’, se asume el riesgo de hacer préstamos para sacar un disco, existe la capacidad de negociar al interior de una banda? Porque pueden existir los mejores músicos pero si no saben que camellar en equipo exige transigir, escuchar al otro, aceptar que se erró, apostar a la idea del otro, si no se hace, una banda no funciona.
“Es mejor quemarse que enmohecerse” dijo alguna vez el gran Neil Young. Y una banda debe escoger su camino.