Santiago Botero “es contrabajista, compositor, improvisador y pedagogo con estudios de conservatorio y maestría en Países Bajos. Es director musical de diferentes iniciativas que orbitan en el mundo de la improvisación libre, la música experimental, el punk y la cumbia como MULA, El Ombligo, Los Toscos, entre otros. ‘Cuando las palabras mágicas se hagan chiquitas’ es su tercer disco de contrabajo”.
Por José Gallardo Arbeláez // @MuInmobiliaria
Pienso cuál es la palabra para definir a un músico contemporáneo en estos tiempos, y aparece la siguiente: intensidad. Es un vocablo que define los aspectos necesarios para poder afrontar este oficio creativo. Necesitas intensidad para estudiar a tus contemporáneos, escuchar otras fuentes sonoras diferentes a las habituales, “inventarte” proyectos, pues a nadie más le interesa si lo haces o no, inventarte el quehacer diario, pensar en si te importa que vaya gente a tus toques o no, y si te importa, cómo hacer para que vayan, y si no te importa, entonces preguntarse ¿Qué hago con lo que hago? ¿Dónde, cómo y para quién o qué público?
Intensidad para sortear los afanes cotidianos como el apunta’o* en la tienda de la esquina, pagar el arriendo, la plata para los pedales, sintes o vicios sonoros que tengas (la plata para los vicios no sonoros, siempre se tienen) en fin… Esto sumado al pensamiento recurrente sobre en qué otro país te puede ir mejor, la posibilidad de armar parche y ver qué tal la cosa por allá, y si funciona, cómo hacer para quedarse.
Todo esto y mucho más ya lo hizo Santiago Botero, un sujeto que además de llevar la contraria como muchos de nosotros con el oficio, interpreta contrabajo y hace discos de solo ese instrumento. Escuchando a Botero, pienso que superó a Sísifo en condiciones musicales.
Fotografía de Valeria Castro, extraída de la página oficial de facebook de Santiago Botero.
Su primer disco lo reseñé y usé en mis cursos de orquestación, casi siempre con poco éxito en mis estudiantes, pues aún ven a ese monstruo que es el contrabajo, como un instrumento para el jazz o para hacer los bajos que nunca se escuchan en la orquesta sinfónica, de resto, no existe. Lástima por mis estudiantes de esa época, se perdieron un universo hermoso, lleno de errores, ruidos, mullidos, líneas inentendibles, bombas de LFO que nunca disfrutaron, porque para ellos, como alguna vez me dijo un estudiante después de escuchar Botero/Delgado: suena mal eso que hace ese señor. El bien y el mal apoderándose también de la música, como si hubiese una moral sonora y ética sonora, aquí simplemente podríamos insertar un emoticon y termina muy bien la conversación con dicho estudiante.
Los sonidos existen para los oídos que quieran escucharlos, de resto son ruido molesto, no ese ruido sobrecogedor que llevamos dentro y buscamos sacar con palabras chiquitas y aliento fuerte en la creación. Las palabras chiquitas de Botero invitan al cruce del lenguaje, y ahondan en las posibles representaciones a través del sonido, no es necesario darle un nombre a eso, o si, ya existe hace mucho y se llama música; aunque ahora no sea cool decirle así, entonces toca decirle arte sonoro, sonido o ruido, eso al fin de cuentas no importa si no hay oídos para escuchar y apreciar ese proceso, yo sencillamente le diré la poética de Botero.
Dicha poética (maneras, medios, objetos) se representa en cada uno de los proyectos que crea buscando resolver una necesidad intrínseca al crearlo, Mula (cómo armar un grupo de jazz de vanguardia y que tenga respuesta en el contexto nacional), Pérez (cómo hacer un trio de jazz o powertrio que toque punk como jazz), Los Toscos (cómo formar una plataforma de creación colaborativa internacional), Botero/Delgado (cómo hacer música con lo que el ser humano consideró los registros más extremos en el oído humano).
Ahora decidan ustedes si tienen orejas para esto…
* En Colombia, es la acción de fiar algo en la tienda de barrio.