En la foto, Carlos Arturo Hoyos, guitarrista y uno de los fundadores de Frankie ha muerto.
Por: Arley Botero
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Las coordenadas de la obviedad no son necesariamente en Frankie ha muerto, el sentido último de su propuesta estética. Es quizá lo extremo, el movimiento pendular de sus líricas, lo que se impone como un alumbramiento en medio de lo urbano, universalizando lo humano, desvelando lo inhumano, y poniendo en evidencia lo recóndito lo oculto, y porque no, lo trágico, más no lo definitivo, de nuestra esencia mutante, que pareciera arrastrar el sino aciago de la vida-muerte, pero que se resiste, a través del arte, a ser empujada a su propio abismo. Podemos ver, pero igual podemos sentir, el sincretismo entre una herencia punk, con matices góticos, que convergen, hacia una propuesta postpunk reformulada, desde una estética de lo extremo, que armoniza por momentos, una lenta melodía en sottovoce, con suaves acordes, pero que en cualquier instante, rompe con fuerza, con furia con cólera y furor como diciéndonos, cuidado que vivir no es un simple e inocente cuento, leído en la buhardilla del abuelo.
En Frankie ha muerto, la puesta en escena, como búsqueda y arte de lo extremo, transgrede las formas clásicas de lo teatral e invita a pensar y a pensarnos desde lo irreverente desde un “jugar matar”, o desde un “uno no muere, solo enloquece” que nos lleva en ese desplazamiento a lugares, situaciones y estados, de perspectivas máximas, (extremas dirán otros), eterno retorno, de la desesperanza a la esperanza y viceversa, sucedáneo de juego de espejos, alborada, que surge de un crepúsculo de fuego, dejando tras de sí, las cenizas de un día que se agrieta, entre las lágrimas de las madres sin consuelo y el puño de ira de los, niños-hombres del dolor, que se levantan en rebelión, negados a llevar para siempre en sus almas, el cascarón del olvido.
Lo que pretende una propuesta estética como la de Frankie ha muerto es no permitir que se nos diga, pero que además estemos dispuestos a aceptarlo que “…han establecido el olvido como ley en este país”, “Qué horror”, “Qué dolor”; Porque nadie quiere saber que “Nos estamos quedando solos, extraños en este país”. Lo extremo en Frankie ha muerto, no tiene un eco Kitsch, no es la pose, de un grupo más de punk-rock o postpunk, ni la vulgar invención social de unos pseudoartistas que solo sueñan y piensan con la fama y una mansión en Beverly Hills, sin tener nada nuevo que decir, ni una nueva forma para contarlo.
La propuesta de arte extremo desde una configuración estética musical en Frankie ha muerto se consolida cada día más como una proposición honesta y sin cosmético, persistencia y resistencia en el tiempo, contra todo mal augurio que nos hace pensar, tal como lo decía George Orwell: “Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”.