Por: @AlexHagalaU
El dicho popular dice que “en el desayuno se sabe lo que será la comida.” Y eso fue lo que nos pasó en Chile con la cuarta versión del Lollapalooza.
En el taxi que ibamos del aeropuerto al hotel, el chofer empezó a hablar del concierto de Metallica que se daría en esa nación. Al otro día en la primera página del diario La Tercera (periódico austral), había una noticia sobre un grupo local, más exactamente Los Burkers. Acción que se repetiría durante toda nuestra estadía pero con énfasis en la información del festival aludido.
No sé ustedes qué piensen pero para nosotros esos fueron muy buenos presagios, los mismos que se confirmaron desde la primera jornada en el recital. En la entrada por ejemplo (unas tres puertas muy amplias con seis o siete accesos cada una) ibamos preparados para una gran requisa y la prohibición de la correa, así que siendo “precavidos” no llevamos; pero todo resultó siendo una prevención sin sentido ya que lo único que medio miraron fue el morral que cargabamos; incluso, jamás vimos un policía dentro del parque. Lo que hicimos todo el día, fue subirnos los pantalones, porque ni cordón teníamos para reemplazar el cinturón.
Entramos al literalmente gran Parque O’Higgins, es algo así como el parque Simón Bolívar de Bogotá; pero la diferencia radica en que el primero no cuenta con lago y tiene un par de coliseos cubiertos que también son escenarios del Lollapalooza; de hecho, más de la mitad de este espacio estuvo habilitado para el festival y claro, debe ser así, ya que la franquicia estadounidense tiene nada más y nada menos que seis tarimas para los distintos shows durante los dos días del evento.
De ahí se desprendió el único dilema que tuvimos durante todos los conciertos, típico de cualquier certamen de estas dimensiones: ¿qué bandas o solistas ver? La idea era al menos saber cómo funcionaban cada uno de los escenarios y ver algunos fragmentos de las propuestas sonoras que se presentaban en cada uno de ellos.
Al final, sí pudimos recorrer todas las tarimas; pero solo de cuatro (los escenarios Claro, Coca Cola, LG 2G, y Play Station) logramos ver y escuchar algún proyecto auditivo, nos faltaron Kidzapalooza y Paris. En nuestra defensa, podemos argumentar que es imposible verlos a todos. Llegar a la hora en punto para el primer grupo, correr de un lado a otro para estar en el siguiente, no comer, no visitar las tiendas de accesorios, ropa, música, piezas típicas de Chile, entre otras ofertas “distintas” a la música que brinda la organización; solo moverse velozmente de un sitio a otro con la meta de observar todas las bandas posibles… Es algo que simplemente nadie lo podría hacer.
Pero bueno; como la columna vertebral del festival es la música, es necesario citar algunos grupos que según nuestro criterio libraron la boleta. Arranquemos con el escenario LG G2: Para los que jamás habíamos estado en una verdadera fiesta electrónica, este espacio nos dio una idea precisa de qué son en realidad, un coliseo cerrado, muchas luces y dos mujeres (Krewella) con tremendas voces poniendo a saltar y bailar a la mayoría de su público fueron el ejemplo perfecto para darnos cuenta de qué es lo que se vive allí.
Continuemos con la tarima Play Station y un grupo que a primera vista u oída no tendría nada que hacer en Lollapalooza; pero cuando vimos el espacio lleno y muchas personas (de todas las edades) cantar sus canciones al unísono, no quedó más que emocionarse y sentir un poco de envidia por el sentido de pertenencia que tienen los chilenos por una propuesta como Inti Illimani, un proyecto de folclór social con 47 años de existencia que no ha hecho otra cosa durante su historia que despertar conciencias.
Y ya que estamos hablando de grupos nacionales, HagalaU con su filosofía de música local, tenía que hacer la tarea de escuchar mínimamente otro grupo chileno. Gracias a Altavoz, ya conocíamos a La Mala Senda, Movimiento Original y a Ana Tijoux; pero como preguntando se llega a Roma (la Roma auditiva en este caso), nos recomendaron Niño Cohete, una banda con letras inteligentes y melodías glamurosas, con un sonido que definen como Pop-Silvestre. Escúchenla ustedes también, tal vez se sorprendan como lo hicimos nosotros.
Ahora, la verdad es que de los escenarios Claro y Coca Cola fue donde más vimos y escuchamos artistas; pero para no hacer más larga está crónica, haremos un filtro y solo les contaremos los cierres en cada una de las tarimas durante los dos días de Lollapalooza Chile.
Nine Inch Nails en orden de presentaciones es el primero de la lista. Y créanlo, es el mejor arranque posible, una banda como NIN le puede devolver a los escépticos del rock la esperanza en el género, es cruda, poderosa, experimental, luminotécnica… Es rocanrolera hasta la médula.
Red Hot Chili Peppers en cambio fue predecible, obvia, monótona. Â Incluso tuvo serios problemas de sonido a lo largo de sus casi dos horas de concierto: La voz, la guitarra y a veces el bajo se desaparecían de nuestros oídos sin piedad y quedábamos con las canciones a medias, con la sensación de no estar viendo un grupo de tal trayectoria como RHCP sino cualquier otro con buenas intenciones y que apenas empezaba.
Pero para el día de la clausura, las bandas otra vez estuvieron a la altura en ambos escenarios. Arcade Fire fue una fiesta elegante y creativa, su sonido pulcro y bien hecho no desentono ni un poco con el ambiente alegre que se vivía para ese momento en el Parque O’Hoggins.
Una hora y media después, Soundgarden nos demostraría a todos que el sonido de garaje no ha muerto y que la alineación básica de bajo, dos guitarras, batería y voz está más vigente que nunca en su propuesta. Además, Chris Cornell también hizo lo suyo y nos dejó clarísimo que es una de las mejores voces que ha parido el rock and roll mundial.
El balance, dos días de música planetaria en nuestros oídos. 160mil almas (caminando, cantando, bailando…) como asistencia total en ambas jornadas. Seis tarimas, 67 propuestas sonoras y la demostración de que la música es un idioma universal.
Al regreso, trajimos discos de grupos chilenos para nuestra colección, regalos para los amigos y un tatuaje sonoro marcado en nuestras cabezas que jamás se borrará.