Un acercamiento a la artista que desde la independencia le canta al amor como si fuera su fuente de agua siempre renovadora.
Especial para HagalaU, por: Eugenio Chaín
Las canciones de Carla Morrison parecen una sonrisa sincera que calla la más elegante de las tristezas. Son viajes indescifrables en donde el propósito jamás es llegar a ningún lado, solo viajar, con el etéreo espíritu del pop como único compañero para el camino. Se suponen también como el aliento fundamental que suspira toda una generación de música latina independiente que viene de camino a la vida.
Hija de padres mexicanos, Morrison es una residente de Baja California que desde siempre estuvo vinculada con las artes. Cuando crecía, la timidez le hacia esconder su voz del mundo y podía encontrársele habitualmente cantando para si misma en secreto. Pero de esto ya hace mucho tiempo. Hoy, a sus 25 años, es justo el honor de considerarla instrumentista, compositora y, ante todo, cantante, un oficio en donde su talento se oye casi infinito.
Estudió algunos semestres de música en el Mesa Comunnity College de Arizona, pero desistió para dedicarse de lleno a Babaluca, un trío de indie bilingüe que la vio compartir escenarios con grandes como Kinky y Babasonicos. La nueva etapa de su carrera como solista comenzaría oficialmente en 2009 con su primer EP, una suma de seis canciones llenas de búsqueda adolecente aptamente tituladas Aprendiendo a aprender. Luego sus canciones “Esta Soledad” y “Lagrimas” hicieron parte de la serie de televisión Soy Tu Fan y una amistad cercana con la también mexicana Natalia Lafourcade resultaría en el EP de 2010 Mientras tu dormías. Otro más, Jugando en serio, aparecería en 2011.
Un año después, Déjame Llorar, su primer larga duración, aparecería en el mundo de la música independiente con una insospechada frescura llena de madurez. Su catorce cortes logran, casi que sin proponérselo, el balance asimétrico y humano más perfecto de ha dado esta avanzada hispanoparlante de la música popular; ecos reverberantes, loops hipnóticos, voces extáticas y letras intimistas colapsan en un pasional matrimonio electro-acústico lleno de actitud y sinceridad.
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