“Crónica de una peste”: Iván Darío Cano

En el proyecto “Memorias de la Pandemia”, invitamos a músicos, gestores, actores y escritores, a que reflexionaran sobre el covid-19, el impacto en sus vidas y en el arte. Unos textos son esperanzadores y otros son pesimistas. Este en particular, plantea una mirada crítica al comportamiento humano. 

Colaboración especial de Iván Darío Cano. Guitarrista. Ex integrante del grupo Los podridos y miembro fundador de Frankie ha muerto. Actualmente radicado en España.

Mientras el humano se refugiaba en sus cavernas amedrentado ante la posibilidad de la infección, la vida resurgió con el silencio, el aire se limpió de humo y de polvo y la naturaleza rápidamente retomó su lugar en el mundo. La lluvia irrumpió fresca y sus gotas tocaron la sinfonía de la tierra. Fueron pocos días, pero suficientes para limpiar un río asquerosamente sucio y atraer animales que antes se ocultaban temerosos del hombre.

Disfrutando de mi encierro divagaba tratando de encontrar algo que los humanos hubieran hecho con intención de servir a las demás especies de la tierra y no pude hallar una sola cosa que no fuera en beneficio propio. Pensé entonces que los ríos eran represados, desviados o secados para abastecer la demanda de agua y otros minerales; que las plantas son regadas con el fin de recoger sus frutos y comer sus hojas, los bosques sembrados y luego talados hasta convertirlos en listones de madera, y que los animales son cuidados y cebados para posteriormente ser devorados. Nada se escapa a nuestra increíble voracidad.

Iván Darío Cano es profesor de guitarra en España e integra el grupo Friedrich.

No con mucha extrañeza confirmé que el ser humano ha querido mirarse a sí mismo, ciego de vanagloria, como si mirase dentro de un pozo oscuro lleno de dioses en el que solo se ve reflejada la criatura más perfecta que existe. Dioses creados a su imagen y semejanza, que velan únicamente por los intereses humanoides. Pero lejos de ser todo esto, una sombra burda se reverbera al contrario: una alimaña enfermiza, poco dotada para la existencia natural. Nada que ver con la majestuosidad de las aves o las criaturas del mar o la magnificencia de las plantas. Desgraciadamente, no hay mucho que se pueda decir a favor del Homo sapiens que reivindique su estancia sobre la tierra y su relación con los demás seres que la habitan, fue lo que pensé.

Quienes asolamos la tierra pero nos reconocemos como especie no grata, solemos refugiarnos en el arte o en la música, conceptos que no contribuyen en nada a la mejora de ningún ecosistema pero que arrojan una brizna de disculpa que nos apacigua de la culpa y la vergüenza. Nada podrá acallar los gritos de los cientos de miles de millones de cosas que exprimimos o trituramos con los dientes, así que les cantamos, o les inventamos canciones, para que nos perdonen, para que nos alivien el malestar que nos produce su aniquilación.

Este tiempo fugaz de pandemia, que en griego sería algo así como “todo el pueblo”, habla de una crisis, la humana. Ningún gobierno o poder fáctico cambió la manera de entender la vida en la tierra y en poco tiempo se ha vuelto a retomar el camino de destrucción sin detenerse una fracción de segundo para pensar en sus coetáneos, nadie hizo un solo gesto, levantó la mirada o dijo algo en favor de otra entidad que no fuera el hombre, solo primaron la economía y la sostenibilidad de quienes hemos sido un flagelo.

Lea la reflexión de Natalia Valencia de Estados Alterados: “Que esto no se vuelva invisible a mis ojos”

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